miércoles, 30 de abril de 2014

Los viejos

Agazapados entre arbustos, mientras el sol termina de esconderse detrás de la colina del santo, vemos cómo los viejos del pueblo se acercan a la hondonada de donde parece emanar la luz. Con su aire ausente, los ojos vidriosos y la mirada vacía, más parecen muertos levantados que viejos. Se diría que, además de la consciencia, también han perdido la sensibilidad. Se mueven mecánicamente. Como si caminar ya no fuese algo natural, como si hubiesen aprendido a hacerlo de nuevo. Alguno tropieza y, pese a lo aparatoso del su caída, se levanta sin el menor signo de daño o molestia. Pienso que, de haber sido mi abuelo el que hubiese sufrido esa caída, se habría roto la cadera. De hecho, el viejo al que me he quedado mirando embobado, tiene problemas para levantarse, pero no hay el menor dolor en su expresión. Simplemente algo se ha roto dentro de él y queda algo rezagado del grupo en el que iba, lo que me deja claro que no se están acompañando unos a otros. No van en grupo. Van juntos, sí, pero solo porque vienen del mismo sitio y se dirigen al mismo lugar. 
Tal escena me asusta de verdad. 

Otra parte de mí piensa que el cine debería haberme hecho insensible a algo como lo que estoy viendo, pero seguramente es al contrario. Si no estuviésemos tan contaminados de películas de terror y libros de ciencia-ficción, probablemente sentiría curiosidad por lo que está ocurriendo. Pero tengo verdadero miedo de que esta gente se haya convertido en algo parecido a un monstruo de película. Y aunque mi subconsciente debe estar luchando por evitarlo, el peor de mis temores está tomando el control de mis emociones. 

No tengo miedo de que me descubran. Y si me descubren, no tengo miedo de lo que puedan hacerme. 
Tengo miedo de ser uno de ellos.

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